¿Quién no ha sufrido la famosa “Let it go” a estas alturas? La cancioncita se me ha metido en la cabeza y se niega a abandonarla. Me encuentro, oficialmente, sufriendo las consecuencias de haber visto Frozen.
Después de verla uno se pregunta cuántos problemas se evitarían si la gente no insistiera en esconder quiénes son realmente. Y supongo que ese es el mensaje: no se puede ir contra nuestra propia naturaleza. Eso, y que el amor de la familia es el más grande, por supuesto.
En Frozen se decide romper con el mensaje de que un príncipe es todo lo que necesitas, y con eso de que existe el amor a primera vista. O al menos lo intenta. Se agradece que se intente buscar algo diferente para las princesas de Disney. Pero no puedo evitar pensar que Christoph era más compatible con Elsa, y que al final Elsa se ha quedado sola mientras su hermana termina enamorándose (como buscaba).
En realidad, Frozen no me ha parecido una película tan especial como todo el mundo parece creer. De hecho, creo que me gustó bastante más Tangled. Es entetenida, eso sí. Y quien diga que no se le ha pegado la bendita cancioncita, está mintiendo.
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