Roman Polanski logró meterme en la historia desde el primer segundo con ese phantom ride bajo la lluvia, pero me conquistó completamente en el instante en que escuché el sonido de la taza de café imaginaria en las manos temblorosas del director mientras audicionaba a Vanda (¿lo escuché, o fue mi imaginación?).
Si el ejercicio anterior dentro de un sólo escenario no terminó de convencerme, esta vez me ha conquistado. Por su sencillez, su iluminación, el trabajo excelente de ambos actores… y por su música. La Vénus à la forrure me tuvo al borde de la silla, sorprendiéndome cada vez que los personajes dejaban de interpretar la obra y dejándome llevar hacia la escena cuando los actores volvían a meterse en la piel de los personajes.
Me ha encantado La Vénus à la forrure. Me han conquistado Emmanuelle Seigner y Mathieu Amalric. Polanski logró tenerme atenta a la acción durante hora y media, sorprenderme con los giros de la historia, y fascinarme con la sencillez de la puesta en escena. Este es el Polanski que me gusta, el que no necesita mucho para contar una buena historia.
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