Sobre La vie d’Adèle sabía dos cosas: que dura tres horas, y que tenía una escena de sexo muy larga. Y me parecía sorprendente que sólo se hablara de eso cuando se hablaba de la ganadora de una Palm d’Or en Cannes. Por suerte, por ahí también me enteré de que Adèle Exapoulos hacía un gran trabajo.
La vie d’Adèle se detiene en los detalles, y al principio no resulta lenta la forma en la que nos cuentan la historia. Después, confieso que empieza a ser una narración demasiado pesada y repetitiva. Al principio tiene sentido, porque Adèle está pasando por un proceso en el que descubre su sexualidad. Posteriormente, quizás quiera insistir en la evolución de Adèle; pero hay cosas que me sobran. Y no son pocas.
Al principio seguía la historia con atención, me detenía en los detalles. Pero, después, empecé a preguntarme si hacían falta tantos detalles para contarme sobre Adèle. Personalmente, habría empezado recortando el guión: el mayor problema de La vie d’Adèle es que no se supo condensar la historia. Me han sobrado muchas escenas que no aportaban nada nuevo a la historia, que repetían cosas que ya habíamos visto (y más de una vez). La insistencia en detalles no está mal, pero en este caso no aportaba nada a la narración.
La vie d’Adèle está plagada de estereotipos, pero también tiene escenas en las que nos muestran que hay cosas que no entran en los estereotipos (como la del desfile). No sé si era necesaria una escena íntima tan larga. Lo entiendo como reclamo para atraer público; pero ¿era necesario para la historia? Quiero pensar que sí.
La vie d’Adèle es la historia de un amor que no pudo ser. Un amor crudo, especial; pero que no funciona. Muchos se sentirán identificados con la historia de ese amor. Y esos, quizás, coincidirán conmigo en que la historia debía terminarse en el reencuentro en el bar. El resto es sólo echar sal en la herida.
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