Muchas veces me han mirado raro por decir que no entendía la fascinación con El Gran Gatsby. No terminó de gustarme el libro, y he intentado varias veces ver la película de los setenta con malos resultados (me he quedado dormida, cosa que no es normal que me ocurra viendo cine). Lo he intentado, pero la historia no terminaba de hacerme click. Sin embargo, desde el momento en que me enteré de que Baz Luhrmann había decidido llevar El Gran Gatsby al cine, supe que esta era mi oportunidad de conectar con la historia y sus personajes. Y no me equivocaba.
El cine de Baz Luhrmann me fascina. Desde Romeo + Juliet –que me voló la cabeza durante la adolescencia, cuando mi amor por Shakespeare estaba en la cima-, todo lo que hace me encanta. Adoro la fotografía, el montaje, los movimientos de cámara, el vestuario, la visión de Baz Luhrman. Y si El Gran Gatsby me daba sueño, Baz Luhrmann lograría que estuviera al menos fascinada con las imágenes de la pantalla.
¿Qué os puedo decir? Desde el instante en que se iluminó la pantalla, me metí completamente en una historia que, a pesar de conocerla bien, me pareció completamente nueva. Luhrmann logró que no mirase a Tobey Maguire como le veo siempre (lamentablemente su cara no me deja tomarme muy en serio sus interpretaciones). Le creí.
Y cuando le vi entrar a casa de Daisy, cuando las cortinas protagonizaron una escena que me quitó el aire, supe que estaba ante otra genialidad. Para cuando Leonardo DiCaprio hizo su aparición, ya estaba completamente enamorada de la historia. Y Leonardo terminó de conquistarme. Y confirmarme que es uno de los actores más infravalorados de la actualidad.
Sí, la Great Gatsby de Luhrmann tiene todo lo que se espera de ella: un montaje único, escenas en las que el mundo parece un circo y una fiesta, música de lo más inusual, excentricidades varias. Y eso es lo que quería ver. Gatsby es un personaje que invita a tirar la casa por la ventana, y Luhrmann no escatimó a la hora de mostrarnos sus fiestas.
Leonardo DiCaprio logró que entendiera a Gatsby por primera vez, logró que empatizara con él y no me quedara con una vaga idea de quién es y por qué se comporta como lo hace. Carey Mulligan, sin embargo, no terminó de dejarme odiar a Daisy. Su Daisy se me hizo humana, aunque quizás así es como debería ser y nunca lo había visto de esa manera. De todas formas, su interpretación no fue tan excelente como todo lo que he visto de ella hasta ahora.
Al final, me han entrado ganas de intentar ver la Gatsby de los setenta una vez más. Aunque sea para compararla con la maravilla que me ha regalado Baz Luhrmann. Aunque sea para tener razones por las cuales defender la versión de 2013. Me han entrado ganas de releer la historia, quizás ahora termine de conectar con ella. O quizás no haya modo, y sólo haya podido comprender las palabras de Friztgerald a través de la visión de uno de los mejores directores de la actualidad y la interpretación de un Leonardo DiCaprio que cada día me convence más de lo buen actor que es. Pase lo que pase, el Great Gatsby de Luhrmann siempre será mi Great Gatsby.
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