En 2005 vi Elizabethtown. No me gustó. O mejor dicho: no logré conectar con ella. En 2012 volví a verla, porque sé que todo lo que ha hecho Cameron Crowe me ha tocado y estaba segura de que Elizabethtown y yo teníamos que darnos una oportunidad más. Y estaba en lo cierto. No sólo me gustó, sino que logré conectar con el tema de la pérdida y cómo la vida debe continuar. Además, la banda sonora –como en todas las películas de Cameron Crowe- es perfecta.
Quizás lo que más me gusta es la maravillosa escena del monólogo de Susan Sarandon, que acaba con ese bailecito al son de “Moon River” (y conmigo completamente emocionada). Quizás es que los guiones de Cameron Crowe son excelentes, que disfruto tanto leyéndolo como viendo su cine. Quizás es que adoro a los personajes que crea. Quizás es que simplemente necesitaba ver Elizabethtown porque, como suelo decir: siempre hay una película adecuada para el momento de tu vida por el que estás pasando, y verla en ese momento hace que la vida tenga un toque de magia.
No, no he perdido a nadie. Quizás me he perdido a mí misma, como Drew, porque de alguna forma Elizabethtown esta vez me llegó muchísimo más que en 2005. Lo cierto es que me hizo pensar cuántas veces vamos por la vida diciendo “de este agua no he de beber” y tiempo después nos encontramos bebiendo sedientos de ese grifo. La vida da vueltas y muchas cosas cambian. Lo que no cambia es que siempre hay cosas de uno mismo por descubrir, y por eso no debemos negar oportunidades. Ni primeras, ni segundas. En el cine y en la vida. Y hasta aquí mi reflexión.
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