El verano pasado alguien me prestó un libro. Un libro muy sencillo, contado desde el punto de vista de un niño, con la belleza de la inocencia y un final que, aunque se adivinaba, dejaba el corazón roto e invitaba a la reflexión. Ese libro era El niño con el pijama de rayas.
Cuando me enteré que se estaba rodando la película basada en ese libro comencé a plantearme cómo harían para mantener la magia y la inocencia del libro. Sabía que era un reto complicado, que quizás era más sencillo evitar. Pero en el fondo pensaba que sería fantástico que pudieran mantener eso que hizo del libro un best seller.
Lamentablemente me equivoqué. Para aquellos que leyeron el libro nada es sorpresa, claro, pero para el que se enfrenta a la película sin haber leído ni investigado el libro, seguramente pierde mucha de su magia.
No me gustó la película, quizá porque me hice demasiadas ilusiones. No tiene que ver con cómo me imaginé todo lo que se relataba en el libro, sino porque se pierde el aura de inocencia que le da el autor al relatar desde el punto de vista de un niño.
Me canso de pensar cuántas opciones habían para lograr ese aura, y me canso de pensar en lo fácil que sería. Respeto la decisión del director de evitar ese aspecto, me gusta que se haya respetado casi todo lo demás. Pero no es el libro, y eso hace que no me convenciera el film. Es una lástima, porque la historia es fantástica.
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