Una de las cosas que más disfruto es sentarme a ver una película firmada por Michel Gondry. El universo que crea con su cine me fascina, me entretiene, y se queda conmigo durante días. Me encanta cuando juega con el stop-motion, cómo me pinta un mundo en el que me encantaría vivir. Y si bien no he leído aún el libro, tenía muchas ganas de ver L’écume des jours.
Aparentemente, no puedo comentar con propiedad porque no he leído el libro: la crítica más dura que he leído comenta que no se captura correctamente el universo de la novela. Quizás me ha jugado a favor no haberlo leído: el universo que pinta Gondry es el que él adapta a partir del libro y lo que él puede hacer con esa historia. Y a mí me alcanzó.
L’écume des jours es una historia que se va oscureciendo, que va cayendo y que va perdiendo la alegría con la que comienza. Gondry lo captura dándonos un mundo de fantasía y color, para después hacerlo opacarse y caer en decadencia. Y lo acompaña apagando esos colores, no sólo los que rodean a los personajes sino que también los de los propios personajes.
Ese final, que uno ve venir desde el principio, nos cae encima como un nubarrón apagando la luz del sol. La historia deja de ser esa fantasía y ese mundo tan maravilloso donde todo es posible, y los personajes empiezan a enfrentarse a la realidad (trabajo, enfermedad, paso del tiempo). Todo se opaca, y el espectador que diga que no se empezó a opacar junto con ellos, miente.
Como no sabía exactamente los detalles del libro, me entretuve mucho con los juegos de palabras sobre Sartre y sus obras. Y también intentando descubrir lo que realmente significaba cada detalle de la historia. Hay cosas que son muy obvias, y hay cosas que pueden tener muchas interpretaciones. Pero, leyendo luego por ahí comentarios del libro, creo que interpreté lo que había que interpretar.
Normalmente, si uno quiere buscar interpretaciones y analizar las escenas de mil maneras, puede hacerlo. Suelo ser de las que interpretan las cosas de una forma más simple: lo veo, o no lo veo. Sin embargo, cuando me enfrento a películas como ésta, me gusta tratar de ver más allá. L’écume des jours me ha dejado mirar tan lejos que no quería que terminase. De hecho, aún me acompaña la sensación de tristeza que tenía cuando la película terminó.
También siguen conmigo los personajes. Desde Audrey Tatou y Romain Duris, pasando por –mi adorado- Omar Sy y terminando en ese ratoncito tan mono que nos deja Sacha Bourdo. Me gustó ver a Michel Gondry haciendo un pequeño papel. Y a su hijo Paul, quien hace una pequeña aparición. ¿Quién se arriesga a adivinar cuál es el papel de Paul Gondry?
Soy de las primeras en decir que las películas rara vez hacen justicia al libro: lo que el director imagina no tiene por qué coincidir con lo que nosotros imaginamos. Sin embargo, a veces la película es buena, y creo que L’écume des jours es una película buena. No contentará a todos, pero no es mala. La novela fue llevada al cine tres veces y una vez al teatro (la ópera de Edison Denisov), y la verdad es que tengo curiosidad por ver las otras adaptaciones. Pero en el fondo, algo me dice que la visión de Michel Gondry es la que más se acerca a la visión de Boris Vian. Habrá que comprobarlo.
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