Los créditos de Prozac Nation siguen pasando frente a mis ojos y, sin embargo, no estoy leyendo. Me he quedado con la mirada perdida, en un estado que define la película y el tema que trata: deprimida. Durante años sentí curiosidad por el libro, y esta curiosidad me llevó a querer ver la película. Una película que, si no llega a alcanzar el nivel del libro, casi que me convence de no leerlo: no quiero terminar en un estado peor del que me dejó su versión cinematográfica.
Si bien el final es “feliz”, no puedo quitarme de encima la sensación de tristeza que me invadió durante la hora y media que dura la cinta. Por momentos sentí ganas de dejarla, de salir corriendo y respirar. Me sentí ahogada, deprimida, me sentí como la protagonista (interpretada por Christina Ricci). Me invadió una sensación de ahogo, de claustrofobia, de pena. Me sentí mal por ella, por su madre –maravillosa Jessica Lange en el papel-, por sus amigos.
Uno va por la vida diciendo que está deprimido tan a la ligera, ahogándose en un vaso de agua ante el primer obstáculo… y hay gente que vive en un estado constante de odio a sí mismo, de pena, de angustia. ¿Os imagináis lo que debe ser vivir con depresión? Todos hemos pasado o estamos pasando por etapas difíciles, pero creo que sólo una persona que pasa por una depresión sabe lo que es. Sin embargo, creo que Prozac Nation lo describe perfectamente, y que Erik Skjoldbjærg supo retratarlo con maestría.
El director logra que sintamos –o que empaticemos- con la protagonista, nos sabe contar la historia de modo de tocarnos la fibra para comunicar sensaciones. Prozac Nation me afectó de tal modo que creo que me será muy difícil superar lo que he vivido en esa hora y media. Conecté, sentí, me emocioné. La película consigue llegar, y eso la hace muy buena. Aunque debo reconocer que me resulta difícil recomendarla sin avisar con mucho énfasis en lo mucho que puede afectar al espectador.
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