¿Os hablé alguna vez de mi admiración por Toni Colette? Seguramente la habré nombrado alguna vez, pero no sé si os he contado que esta admiración surge de una película que me gusta desde que soy pequeña: Muriel’s Wedding. No sé si era la música de Abba, si era Toni o qué; pero Muriel’s Wedding es una de mis películas favoritas.
Sí, soy consciente de que es una película bastante dura. Cómo y por qué le puede gustar a una niña, no lo entiendo. Pero siempre me gustó. Quizás sea porque Muriel (¡¡¡ATENTOS: SPOILERS!!!), a pesar de huir de sí misma, a pesar de querer refugiarse en una mentira, acaba por encontrarse a ella misma y se libera. Puede que por esa razón sea que cada vez que escucho Dancing Queen me siento libre, feliz. Muriel me contagia eso: las ganas de superarme, el querer lograr lo que quiero. Muriel quería ser alguien, quería sentirse especial, y al final se da cuenta de que ella es especial y que no necesita dejar de ser quién es para serlo.
Para mí Muriel’s Wedding es una película especial. A nivel técnico no es destacable, el mensaje puede encontrarse en muchísimas películas más; pero hay algo que la hace especial. Y quizás algunos coincidáis conmigo en que es un clásico. ¿La razón por la que lo es? Pues no lo sé. Quizás porque Toni Colette me convence, me contagia, y me gusta.
Recuerdo haber leído una lista de películas en las que Muriel’s Wedding rankeaba entre esas que no podemos dejar de ver, y sonreír pensando que yo también la recomendaría. Y os la recomiendo. Aunque sea para despertaros la curiosidad por ver algo de cine australiano, algo de los inicios de Toni Colette. O simplemente porque es una película que os prometo que os dejará con una sonrisa.
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