Ha llegado mi noche favorita del año. Hoy los muertos y los vivos se confunden entre dulces y disfraces, las travesuras están a la orden del día y todo puede pasar. Por eso, he decidido inaugurar mi serie anual de entradas de Halloween con Frankenweenie, una peli que –aunque no es de horror- habla de la vida y la muerte.
Tenía muchísimas ganas de verla. Compartí hace poco el cortometraje original de Tim Burton, y no veía la hora de compararlo con el largometraje producido por Disney. Esta vez no tenía miedo de lo que me iba a encontrar. Por una vez estaba segura de que Disney iba a dejar a Tim Burton hacer lo suyo. Y no me equivoqué. Maravilla de película.
Los que habéis visto el corto tendréis una idea de lo que es la idea general de la historia, pero os recomiendo que –como yo- intentéis ir a ver Frankenweenie sin saber qué cosas nuevas ha incorporado Burton. ¿Por qué? Porque lo nuevo es muy bueno, y verlo sin saber qué va a ocurrir lo hace mejor. De verdad, os va a encantar.
Frankenweenie me hizo reír. Mucho. Y me hizo llorar. Mucho. Fui acompañada de una amiga que no había visto el corto y me dijo que estaba sorprendida de lo mucho que se emocionó con una animación. Creo que no exagero si os digo que toda la sala estaba conmovida. Y yo, que ya sabía lo que iba a pasar, me emocioné mucho más con la peli que la primera vez que vi el cortometraje. Tim Burton lo hizo otra vez: salí del cine sonriendo y encantadísima con lo que había visto. Al menos esta vez creo que todos estaremos de acuerdo en que Frankenweenie es buenísima.
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