No quería ver Once. ¿Por qué? Porque pensaba que era una de esas películas que me deprimen, de esas súper románticas que puedo llegar a detestar. Gracias a la insistencia de varias amigas, que se apoyaron en argumentos como: “Irlanda”, “acentos” y “muy buena banda sonora”, decidí darle una oportunidad. Y reconozco que no la odié.
Quizás porque tiene un final agridulce, quizás porque no era tan “empalagosa” como pensaba, quizás porque es sencilla. Me gustó. Me gustó mucho la banda sonora, me gustaron los personajes, y me gustó lo simple de la historia. Es como un capítulo de la vida de cualquiera, esas historias que guardamos en nuestra memoria con una sonrisa. Esas historias que nos dejan algo, pero que no son más que otro capítulo de nuestras vidas.
El final me dejó con una sonrisa, aunque sospecho que algunas personas me dirán que no entienden por qué. Simple: me pareció un buen final para esa historia. A veces las cosas no pueden ser aunque prometan, y ese es el mensaje de Once.
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