Me intrigan los fotógrafos que se dedican al cine, y no dejo pasar la oportunidad de ver su trabajo, ya que al menos garantiza que veremos cosas bonitas. Así que fui a ver el último trabajo de Anton Corbijn: The American, con George Clooney.
Lo dicho, visualmente es hermosa. Las locaciones, los planos, la fotografía… me han encantado. Ese pequeño pueblito de Italia me ha invitado a conocerlo, y muero de ganas de hacerlo. Por lo demás, me he quedado con una sensación de que le falta algo. Corbijn falla a la hora de generar tensión, cayendo en elementos obvios y predecibles a lo largo de toda la película. George Clooney está correcto, aunque no he logrado identificarme con su personaje por más que lo intenté. De hecho, me identifiqué con su contraparte femenina, y su personaje me ha intrigado muchísimo más.
Algo que sí me gustó fue el final abierto, que me dejó una sensación amarga y a la vez me invitó a reflexionar. A la persona que me acompañó al cine le pasó lo opuesto: odió el final, porque lo interpretó como un final triste. Me dijo: “No vamos al cine a ver finales tristes, no entiendo como puedes disfrutar de ver eso. En nuestra vida vivimos demasiados finales tristes como para ir al cine a amargarse la vida un poco más”.
Eso me hizo pensar en los motivos por los que vamos a ver cine. En mi caso, además de apasionarme el trabajo cinematográfico, voy al cine para distraerme; pero busco sensaciones reales. Si lloro viendo una película, es porque me movió; y al salir del cine no salgo triste, sino que siento que he vivido una historia que me ha despertado algo. Me gusta que la vida y el cine tengan cosas en común, que pueda identificarme con las historias; o que me remuevan algo aunque no me identifique con los personajes.
Otros van al cine para reír, para olvidar. Normalmente los vemos en la cola de salas que proyectan comedias, y al salir los vemos charlar y reír. No tengo nada en contra de eso, pero mi experiencia cinematográfica va más allá. Claro que veo y disfruto de las comedias, sobre todo cuando mi vida pasa por un momento difícil. Pero no hay nada que disfrute más que una película que me haga sentir algo. Lo que sea.
The American me hizo sentir, pero no lo suficiente. Me quedé con la sensación de haber cogido un libro por la mitad, en el que las primeras y las últimas páginas han sido arrancadas. Eso sí, mis ojos han disfrutado lo que mi cerebro y mi corazón no.
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